CRÓNICA
Por: Oneida Chayña López
Jessica siempre fue una mujer que desbordaba energía. Aunque el cansancio marcaba sus días, aprendió a ponerle una sonrisa a la rutina. Cada mañana salía a trabajar con su pantalón floreado, su chaleco rojo y una casaca verde que le cubría hasta las rodillas. Dentro de sus bolsillos, el sonido de las monedas acompañaba el fruto de horas de venta de pan en las veredas del mercado Villa Asunción, en Alto Selva Alegre.
Aquel jueves de marzo, como cada día, Jessica llegó junto a sus dos hijos a su habitual esquina en un pequeño tico rojo, cargado con canastas y tapers llenos de baguettes, ciabattas y panes franceses que ella misma horneaba. Entre aromas de frituras y gritos de vendedores ambulantes, instaló su pequeño negocio. Pero la calma habitual se rompió cuando dos conductores, entre insultos y amenazas, comenzaron una violenta pelea en plena vía pública.
Los gritos se volvieron amenazas. Uno sacó un fierro, el otro una navaja. La calle entera se paralizó. Madres jalaban a sus hijos, vendedores cerraban sus puestos. Jessica, firme pero temblorosa, protegía sus panes como si al hacerlo también protegiera su vida. Su hija, con la voz quebrada, le pedía que se fueran. Ella, con el corazón acelerado, solo pensaba en salir a salvo sin dejar atrás su esfuerzo.