ARTÍCULO DE OPINIÓN
Por: Daniela Acosta Chávez
“La música es una de las expresiones creativas más íntimas del ser, ya que forma parte del quehacer cotidiano de cualquier grupo humano tanto por su goce estético como por su carácter funcional y social. La música nos identifica como seres, como grupos y como cultura, tanto por las raíces identitarias como por la locación geográfica y épocas históricas. Es un aspecto de la humanidad innegable e irremplazable que nos determina como tal.” Así lo afirmaron los investigadores Ángel, Camus y Mansilla en su obra La música y su rol en la formación del ser humano.
Y no les falta razón. A través de la música recordamos quiénes somos y de dónde venimos. ¿Quién no ama la música? Es un arte que nos permite ser libres, expresarnos y encontrarnos a nosotros mismos. Todos hemos cantado nuestra canción favorita, no solo porque nos gusta si no porque nos reconocemos en ella, hay sentimientos o simplemente nos dejamos llevar por el ritmo, pero nos gusta. Para muchos, la música es una de las creaciones más hermosas del ser humano.
Sin embargo, ¿qué ocurre cuando una canción choca con nuestra forma de pensar, nuestros valores o simplemente nos incomoda? Muchas veces las críticas hacia artistas se centran en las letras, pero ¿qué es exactamente lo que se cuestiona? Hay varios factores y sería imposible abordarlos todos, pero hay un tema central en debate: la letra. ¿Qué tiene de malo? El problema aparece cuando la música deja de ser una manifestación artística para convertirse en una forma de expresión grosera, sexualizada, machista o violenta. Es una realidad: Existen letras que vulgarizan la música.

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