CRÓNICA
Por: Oneida Chayña López
A las cinco de la mañana, el frío de Arequipa cala hondo. Pero eso no impidió que decenas de personas —la mayoría adultos mayores— formarán, en completo silencio, una fila serpenteante frente al hospital Honorio Delgado. Entre ellos estaba Aydé M.C., una mujer de 65 años, de rostro delgado y ojos serenos. A pesar de su edad y condición de salud, había madrugado con la esperanza de obtener una cita médica. No pidió un favor ni un privilegio. Solo exigía lo que le correspondía por derecho: atención oportuna. Pero esa mañana, el sistema falló . Y la fila fue lo último que pisó en vida.
La escena era habitual. Un grupo de personas alineadas bajo el cielo aún oscuro, muchas con frazadas sobre los hombros, otras apoyadas en bastones o acompañadas por familiares. En teoría, la consulta externa del hospital ya cuenta con un sistema virtual para la entrega de citas. Pero quienes están en tratamiento continuo —como los pacientes oncológicos— aún deben acudir presencialmente a tramitar su turno. Aydé era una de ellas.
Nadie imaginó que la mañana terminaría así. En medio del murmullo lento de la espera, Aydé se desplomó. Fue trasladada de inmediato en una camilla hacia el área de Emergencia. Pero no hubo forma de reanimarla. El personal médico informó que se desconocen las causas exactas de su fallecimiento. La paciente tenía antecedentes de cáncer de mama. Aun así, murió sola, esperando ser atendida en una fila donde la dignidad parecía depender del aguante.
Lo más doloroso es que esa fila no debió incluirla. La Ley N.º 28683 es clara: toda persona adulta mayor, gestante, niño o persona con discapacidad debe recibir atención preferencial en servicios públicos. El hospital Honorio Delgado cuenta con una ventanilla exclusiva para este fin. Sin embargo, esa mañana, estuvo cerrada.
Desde el nosocomio informaron que el trabajador encargado de la ventanilla se ausentó por motivos de salud, y que se intentó cubrir su puesto. Pero mientras se resolvía la ausencia, los pacientes fueron colocados todos en la misma fila, sin distinguir edades ni condiciones. Nadie asistió a Aydé a tiempo. Nadie veló por el cumplimiento de una ley que se imprime en carteles, pero no siempre se ejerce en los pasillos.
El fallecimiento de Aydé no puede explicarse sólo como una casualidad médica. Es también la consecuencia de un sistema que, por descoordinación o indiferencia, sigue permitiendo que la vejez y la enfermedad se enfrentan solas a la burocracia. El hospital ha prometido “corregir el error”. Pero lo cierto es que una vida ya no está.
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