lunes, 30 de junio de 2025

UN SUEÑO PROPIO, UN MIEDO AJENO

CRÓNICA 

Por: Oneida Chayña López

Jessica siempre fue una mujer que desbordaba energía. Aunque el cansancio marcaba sus días, aprendió a ponerle una sonrisa a la rutina. Cada mañana salía a trabajar con su pantalón floreado, su chaleco rojo y una casaca verde que le cubría hasta las rodillas. Dentro de sus bolsillos, el sonido de las monedas acompañaba el fruto de horas de venta de pan en las veredas del mercado Villa Asunción, en Alto Selva Alegre.

Aquel jueves de marzo, como cada día, Jessica llegó junto a sus dos hijos a su habitual esquina en un pequeño tico rojo, cargado con canastas y tapers llenos de baguettes, ciabattas y panes franceses que ella misma horneaba. Entre aromas de frituras y gritos de vendedores ambulantes, instaló su pequeño negocio. Pero la calma habitual se rompió cuando dos conductores, entre insultos y amenazas, comenzaron una violenta pelea en plena vía pública.

Los gritos se volvieron amenazas. Uno sacó un fierro, el otro una navaja. La calle entera se paralizó. Madres jalaban a sus hijos, vendedores cerraban sus puestos. Jessica, firme pero temblorosa, protegía sus panes como si al hacerlo también protegiera su vida. Su hija, con la voz quebrada, le pedía que se fueran. Ella, con el corazón acelerado, solo pensaba en salir a salvo sin dejar atrás su esfuerzo.

Fue la primera vez, en sus 50 años, que presenció la violencia tan de cerca. Aquel acto brutal dejó un eco de miedo que no se ha ido desde entonces. Las amenazas, los gritos y la sensación de vulnerabilidad se instalaron en su cuerpo como una herida invisible. Y una pregunta, repetida en su mente, la acompañó todo el día: “¿Y si regresan? ¿Y si esta vez vienen armados?”.

El pan que vende cada día no es solo un ingreso: es un emprendimiento familiar que nació hace seis meses con el apoyo de su hijo mayor. En casa, el horno no descansa. Comienzan a trabajar desde temprano y no se detienen hasta la noche. Rendirse nunca fue una opción. Ella es madre, vendedora y jefa de hogar. No porque lo eligiera, sino porque la vida la empujó a resistir.

Pero esa independencia que tanto le costó construir hoy también le genera miedo. Teme por su vida y la de sus hijos. Su hijo menor es policía, y a veces desea llamarlo solo para sentirse segura. Sin embargo, ni él ni su esposo están cerca: ambos trabajan lejos. En el pasado, Jessica tuvo empleos con sueldo fijo, seguro y cierta estabilidad. Al apostar por su propio negocio, también dejó atrás esa protección.

La situación de Jessica no es aislada. Según el INEI, más de la mitad de trabajadores en Arequipa están en el sector informal, sin beneficios ni seguridad laboral. Las mujeres son las más afectadas: el 57.8% no cuenta con acceso a derechos laborales. La informalidad, más que una condición económica, se ha convertido en un factor de riesgo cotidiano.

Jessica cambió estabilidad por un sueño. Eligió avanzar, aunque el camino fuese cuesta arriba. Pero ahora sabe que ese sueño también la expone. Como ella, miles de mujeres trabajan cada día sin más escudo que su propio coraje. Y aunque el pan que hornea alimenta a su familia, el miedo que se lleva a casa, no se amasa, no se hornea y nunca se termina de digerir.


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario