CRÓNICA
Por: Daniela Acosta Chávez
Los países del sudeste asiático son reconocidos por su rica
diversidad cultural, sus impresionantes paisajes naturales, resultado de su
vasta biodiversidad, y su creciente dinamismo económico. Sin embargo, también
son recordados por los desastres naturales que enfrentan debido a su ubicación
geográfica en zonas geológicamente activas, como el anillo de fuego del
Pacífico, y a su exposición a fenómenos meteorológicos extremos. Esta
combinación de factores genera una alta vulnerabilidad ante terremotos, tsunamis,
erupciones volcánicas, tifones e inundaciones, los cuales se ven agravados por
el cambio climático.
Fuente: EFE
Este año, una de las regiones asiáticas enfrentó un desastre natural que dejó numerosos damnificados por su brutalidad y rapidez. El tifón Kalmaegi, uno de los fenómenos más devastadores del año, dejó a su paso un rastro de destrucción, muerte y desplazamiento masivo. Lo que comenzó como una tormenta tropical se transformó en una amenaza que azotó primero Filipinas y luego golpeó con fuerza las regiones centrales de Vietnam. En cuestión de días, miles de familias vieron desaparecer sus hogares bajo el agua.
El 4 de noviembre, las autoridades filipinas emitieron la primera alerta. Kalmaegi, conocido localmente como “Tino”, avanzaba con vientos que superaban los 130 kilómetros por hora. Su impacto inicial se sintió en las provincias del centro del archipiélago, especialmente en Cebú, donde más de 3 millones de personas viven entre zonas urbanas y costeras. Las lluvias torrenciales y los vientos huracanados transformaron calles en ríos, derribaron postes eléctricos y arrasaron barrios enteros.
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| Fuente: EuroNews |
Este fenómeno arrasó prácticamente con todo lo que encontró a su paso. Sin embargo, conforme pasaban los días, el 6 de noviembre las aguas comenzaron a retroceder. Calles cubiertas de lodo, viviendas reducidas a escombros y vehículos destrozados componían el panorama. En medio de los restos, miles de filipinos regresaron para buscar lo poco que quedaba de sus pertenencias.
El presidente filipino Ferdinand Marcos Jr. decretó el estado de calamidad nacional el mismo día. La medida permitió liberar fondos de emergencia, controlar los precios de los productos básicos y acelerar la llegada de ayuda humanitaria. Sin embargo, los reportes actualizados elevaron rápidamente la magnitud del desastre: 188 muertos, 135 desaparecidos y cerca de dos millones de personas afectadas. Cebú registró el mayor número de víctimas, con 139 fallecidos. Filipinas, acostumbrada a los tifones, enfrentó uno de los eventos más letales de los últimos años.
Mientras los equipos de rescate continuaban su labor entre los escombros, Kalmaegi seguía su trayectoria hacia el oeste. El 7 de noviembre tocó tierra en el centro de Vietnam, con vientos que superaban los 200 kilómetros por hora. Las provincias de Dak Lak, Gia Lai y Quang Ngai fueron las más afectadas. En pocas horas, las lluvias intensas provocaron inundaciones, deslizamientos de tierra y cortes de electricidad.
En Gia Lai, la fuerza del viento derribó 52 casas y destechó más de 2.500 viviendas. En Quang Ngai, el barco Star Bueno quedó varado, mientras otras nueve embarcaciones se hundieron. En las costas de Da Nang, las olas superaron los diques y destruyeron viviendas enteras. Las autoridades suspendieron las operaciones en seis aeropuertos del centro del país y prohibieron el zarpe de embarcaciones pesqueras. El país entró en emergencia.
Entre esos días, el gobierno vietnamita movilizó 200.000 efectivos del Ejército y evacuó a más de 300.000 personas en zonas de riesgo. Gracias a la rápida coordinación entre el Gobierno central, los comités locales y las fuerzas armadas, se logró poner a salvo a cerca de 8.000 personas en áreas inundadas. Aun así, los daños fueron graves: cinco muertos, seis heridos y tres desaparecidos.
El viceprimer ministro Ho Duc Phoc anunció un paquete de
asistencia de emergencia de tres millones de dólares, destinados principalmente
a las provincias más golpeadas: Gia Lai, Dak Lak y Quang Ngai. Los fondos se
orientaron a la reconstrucción de viviendas, reparación de escuelas, hospitales
y diques, además de garantizar alimentos y refugio a los damnificados.
Fuente: Andina
Para la mañana del 8 de noviembre, el tifón se había degradado a depresión tropical sobre el sur de Laos, con vientos de 39 kilómetros por hora. Sin embargo, sus consecuencias seguían sintiéndose con fuerza. Las calles continuaban cubiertas de agua y los cortes eléctricos complicaban las labores de rescate. En las zonas rurales, muchas familias permanecían incomunicadas.
En Da Nang, los equipos de rescate trabajaban sin descanso para recuperar embarcaciones y despejar las vías bloqueadas por los árboles caídos. Las autoridades locales establecieron centros temporales de refugio y distribución de alimentos, mientras los hospitales atendían a los heridos y a las familias damnificadas. El Comité Nacional de Defensa Civil pidió a los gobiernos locales continuar las tareas de recuperación, priorizando la estabilidad de la población y la seguridad de las infraestructuras esenciales.
El paso de Kalmaegi dejó al descubierto la vulnerabilidad del sudeste asiático frente a los fenómenos climáticos extremos. Cada año, las cálidas aguas del Pacífico alimentan ciclones cada vez más intensos, y aunque la tecnología permite anticiparlos, el impacto humano sigue siendo profundo.
Más allá de las cifras y los daños materiales, Kalmaegi puso en evidencia la resistencia de las comunidades locales. En medio de los escombros, los pueblos del sudeste asiático se levantaron conscientes de que estos fenómenos no avisan cuándo llegarán y mucho menos su grado de destrucción. Es necesario estar preparados ante cualquier amenaza de la naturaleza, porque proteger nuestra vida y de quienes amamos siempre será la prioridad.

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