martes, 11 de noviembre de 2025

CUANDO SE CONFUNDE EL AMOR CON LA TOXICIDAD

ARTÍCULO DE OPINIÓN

Por: Daniela Acosta Chávez 


 

 

 

El ser humano es, por naturaleza, un ser social. No puede vivir en soledad porque en su ADN está inscrita la necesidad de vincularse con otros semejantes. Por eso, tener a alguien a nuestro lado no es solo un gusto, sino una necesidad inherente. Día a día, las personas construyen relaciones sociales con su entorno; desde la infancia, los padres y familiares crean redes de confianza, comunicación y amor. Sin embargo, a medida que uno crece, descubre algo llamado soledad. Esa sensación se vuelve más cercana con los años y, en consecuencia, aumenta la necesidad de buscar amigos, compañeros o pareja. Somos seres sociales que nos vinculamos emocionalmente de múltiples formas. Las relaciones, en todas sus expresiones, románticas, familiares, amistosas o laborales, son un componente esencial de la vida humana.

Pero ¿qué ocurre cuando una relación basada en la confianza empieza a mostrar rasgos dañinos, incómodos o molestos? La relación se deteriora y termina afectando profundamente a ambas partes. En muchos casos, las personas involucradas en estos vínculos dañinos ven alteradas su manera de pensar, vestirse, comer, relacionarse con otros e incluso amarse a sí mismas. A este tipo de situaciones se les conoce como relaciones tóxicas.

Según la psicóloga arequipeña Tatiana Chávez, especialista en terapia familiar, mencionó que “una relación tóxica es aquel vínculo que causa malestar emocional, además daña el bienestar físico y psicológico de las personas involucradas. En pocas palabras, estas son relaciones disfuncionales que perjudican a las personas”. Aunque lo lógico sería cortar esa relación dañina, muchas personas no lo hacen por una profunda dependencia psicológica.

Cuando una persona se hace más consciente de la soledad, suele temerle al hecho de estar sola toda su vida. Ese temor proviene tanto de la falta de autoconocimiento como de una predisposición genética a buscar compañía. Por eso, muchas veces se prefiere permanecer en una relación tóxica antes que enfrentar el vacío. Quienes han estado en una relación de este tipo, ya sea de pareja, amistad o familiar, saben lo que se siente: al principio todo parece perfecto, cómodo, casi destinado. Sin embargo, con el tiempo, los conflictos revelan la verdadera personalidad del otro y también aspectos ocultos de uno mismo.

En esas circunstancias, una de las partes suele tomar el control de la relación, mientras la otra se deja guiar, renunciando a su autonomía. Cuando se deposita plena confianza en alguien, se le entrega poder: la otra persona conoce tus pensamientos, tus miedos, tus debilidades. Con esa información puede cuidar de ti o manipularte para que dependas emocionalmente. Es ahí donde nace la toxicidad, cuando el poder se usa de forma egoísta e inmadura. A esto se suma la falta de amor propio: quien no se valora o tiene baja autoestima tiende a someterse y a justificar al otro, creyendo que no tiene la razón o que “no sabe amar”. Así, ambas partes se lastiman mutuamente y su salud mental se deteriora poco a poco.

Muchas personas viven dentro de una relación tóxica sin ser plenamente conscientes, exponiéndose a daños emocionales e incluso físicos. La psicóloga María del Pilar Luna, del equipo técnico de la Dirección de Salud Mental del Ministerio de Salud, advierte que este tipo de vínculos son cada vez más frecuentes entre jóvenes, aunque pueden presentarse a cualquier edad. Según la especialista, la mayoría de quienes se involucran en relaciones tóxicas lo hacen inconscientemente, movidos por la necesidad de comprensión, atención excesiva o el deseo de “salvar” al otro.

Pero ¿por qué resulta tan difícil salir de una relación así? Primero, es necesario entender que existen dos tipos de vínculos: las relaciones sanas, que son del tipo ganar-ganar, y las relaciones tóxicas, que se basan en el perder-perder. En realidad, ninguna relación es completamente sana o tóxica; todas tienen algo de ambos polos. Sin embargo, cuando una relación queda atrapada en el extremo perder-perder, se convierte en un vínculo dañino.

El principal problema radica en la confusión: quienes están dentro de una relación tóxica suelen percibir ese perder-perder como un perder-ganar. Es decir, creen que una de las partes está “ganando” algo, cuando en realidad ambos están perdiendo. Esa distorsión emocional impide ver el daño real y perpetúa la dependencia.

Para romper este ciclo, el psicólogo Rogelio Argüello, especialista en Psicoanálisis y Cultura, ofrece cinco pasos esenciales. Primero, reconocer que se está en una relación tóxica y estar abierto a las observaciones de amigos y familiares. Segundo, comprender que no se es el único responsable de los problemas de la relación. Tercero, enfrentar los retos personales y las heridas del pasado que surgen en la intimidad de la pareja. Cuarto, dejar de justificar a la otra persona con frases como “en el fondo es buena” o “yo la voy a cambiar”, pues eso solo perpetúa la conducta dañina. Y quinto, aceptar que uno puede y debe vivir sin esa persona.

Terminar una relación tóxica implica iniciar un proceso de autoconocimiento, sanación y autocuidado. Requiere valentía, porque cerrar ese ciclo es reconocer que se merece algo mejor. Si atraviesas una situación así, buscar ayuda profesional es lo ideal. Como dijo la famosa historiadora estadounidense Tara Westover: “En algún momento, tienes que darte cuenta de que algunas personas pueden permanecer en tu corazón, pero no en tu vida”.

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario