CRÓNICA
Por: Grover Lanza
Pasó por Moquegua, puso la
directa y se plantó en la gran final. Allí le espera un coloso, el coloso
viviente de la batalla de semifinales. Ya había mostrado su gran velocidad,
pero su paso por Moquegua también reveló uno de sus grandes atributos: la
coordinación, el entendimiento, la pausa y el trabajo en equipo.
Veloz, rutilante y furioso, así
se presentaba en la final, mostrando cartel de favorito. Se iba a enfrentar al
poderoso azul, pero su trayectoria hasta la final les otorgaba credenciales
para pisar fuerte. Estaban en el lugar que les correspondía y era la hora de
reclamar la corona.
Las finales se hacen esperar, y
no es para menos. Esta iba a ser una gran final, entre dos rivales de peso y
mucha jerarquía: el tren rojo contra el coloso azul. La espera se hacía
angustiosa, más aún cuando el árbitro de la final dijo: “En 10 comienza”.
A unos dos metros de altura, a la derecha de donde me encontraba, colgaba un marcador electrónico que descontaba los minutos sin prisa. Mientras tanto, el gentío observador palpitaba con angustiosa expectativa el desenlace de un duelo único.
Los minutos se descontaban en el
electrónico: ocho, siete, seis. Por otro lado, los atletas saltaban al
escenario que dictaría sentencia y abriría paso al ganador. Practicaban triples
para el momento crucial. Los jugadores de ambas escuadras se concentraban en un
diálogo sobre lo que sería el encuentro: hablaban de marcajes, bloqueos, de
soltar el balón y de dar ese pase atrás, donde un lanzador libre esperaba para
esos triples que valen por dos.
Finalmente, el reloj marcó el
inicio de la hora de la verdad. Saltaron al escenario, a los 20 metros
cuadrados, al cuadrilátero de la muerte. Dos gigantes: el coloso azul y el tren
rojo. La concentración era palpable en las miradas y en los rostros de cada
jugador de ambos equipos. Esto se iba a decidir en menos de lo que canta un
gallo. El árbitro y el electrónico dieron la señal de partida.
Arrancó la final y un desenlace
estaba por escribirse. Era el duelo esperado, digno de una final. Primer ataque
azul, bloqueo rojo; respuesta de los rojos, y el azul se planta firme. La final
se arma. Es una disputa del balón, del centímetro cuadrado que menciona Al
Pacino.
Quien golpea primero no siempre
gana, pero sí muestra sus claras intenciones, y así lo escriben los de rojo en un
inicio propio de una final de Copa del Mundo. Los de azul, como el gran coloso
y victorioso de la batalla de semifinales, devuelven el golpe. Empate en el
marcador, y aquí no hay tregua; es una batalla de poder a poder.
Un duelo igualado, a dos puntos,
a tres, a cuatro. La victoria está en hacerse con el centímetro cuadrado, ganar
cada espacio y ser certeros y astutos a la vez para sumar cada punto en juego.
Ambos son virtuosos, pero los de
la UPC muestran ese gen ganador, esa velocidad de crucero que exhibieron al
pasar por Moquegua para plantarse en la final. Con puntos estratégicos y
cosechando faltas y puntos dobles, los rojos logran ponerse 10 a 5. Pero nada
está dicho; esta es una final, una finalísima.
El coloso azul de la USIL se
sacude, pisa firme y muestra también de qué están hechos. Punto a punto,
recortan distancias, mientras el júbilo, la alegría y la emoción se conjugan en
los afortunados espectadores de esta película de taquilla. Los de azul
responden y logran ponerse 9 a 10. Otro golpe e igualan a 10. Dije que era una
final.
No hay tiempo para ponerse
nervioso. Son veloces y los de rojo vuelven a golpear con canasta. 11 a 10; la
tensión y el disfrute están en un punto álgido. Comento con mi amigo que este
es el momento clave. Es el instante en que el coloso puede aprovechar para
golpear y voltear la final, o es el momento de una genialidad.
Olvidé mencionar que son unos
genios, los de rojo. De ellos, el que lleva el 11 en la espalda recibe un balón
lejos de la zona y lanza un triple de esos que valen dobles, que esta vez valió
triple. No porque logró encestar, sino por el golpe en la mesa en el momento
crucial.
Ese zarpazo significó el 13 a 10,
centímetros ganados. Mejor dicho, metros ganados en el cuadrilátero de la
muerte. Aunque el marcador aún se movería, un nuevo golpe de los rojos los
llevó a 14 a 15. Los de azul son valientes, por eso son el coloso; recortan
distancias y se ponen 11, 12, luego 13. Pero los de rojo, la UPC, ya dieron el
golpe y uno más: 16.
Una gran batalla termina, el
guion ya está escrito. Los de rojo tocan la gloria. Son quienes pasaron por
tierras moqueguanas para plantarse en la final ante el coloso victorioso de la
batalla de semifinales. Son el trabajo en equipo, la disciplina, el diálogo.
Son el más veloz, el tren rojo.
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