CRÓNICA
Por: Karen Pinto Cahuana
La mañana del sábado 19 de julio amaneció gris sobre Yura. En el kilómetro 17 de la vía férrea que une Arequipa con Puno, cerca de la asociación Upis Los Milagros, el silencio fue roto por el estruendo de una locomotora que no pudo detenerse a tiempo. Una mujer joven, de entre 25 y 30 años, se desplazaba cerca de los rieles cuando fue arrollada por un tren de PerúRail. Murió al instante.
Algunas personas que presenciaron el momento aún recuerdan el grito sordo que siguió al choque. Algunos corrieron hacia el lugar, otros estaban en shock. Nadie pudo hacer nada. El cuerpo quedó tendido sobre el balasto, entre piedras y hierros. Minutos después llegaron agentes de la comisaría de Ciudad de Dios, quienes acordonaron el área mientras esperaban la llegada del Ministerio Público para el levantamiento del cadáver y las primeras diligencias.
No se sabe con certeza por qué la mujer estaba tan cerca de la vía. Si intentaba cruzar, si caminaba distraída o si simplemente no escuchó el aviso del tren. Lo que sí es claro es que esta no es la primera vez que ocurre algo así. “Yo vivo aquí hace 24 años”, dijo una vecina entre lágrimas. “Esta es la tercera persona que muere atropellada. El riel debe ser trasladado, pero no lo hacen. Ya ni sabemos por dónde caminar”.
Su testimonio revela una realidad largamente denunciada: la falta de pasos peatonales, señales de advertencia o barreras de seguridad en este tramo. Niños, jóvenes y adultos cruzan diariamente los rieles para acceder a sus casas, colegios o trabajos. No tienen otra opción. Solo un camino de hierro que atraviesa sus vidas.
El accidente ha reabierto el debate sobre la seguridad ferroviaria en zonas urbanas. Aunque PerúRail informó que sus operaciones cumplen con los protocolos establecidos, vecinos y autoridades locales exigen medidas como la señalización clara, cámaras de vigilancia, campañas de prevención y, sobre todo, la construcción de pasos seguros.
Mientras tanto, el tren siguió su rumbo hacia Puno. Pero en Yura, el eco del silbato quedó grabado como un lamento. Otra vida perdida. Otra familia destrozada. Otra llamada de alerta ignorada. Y una pregunta que resuena entre las casas cercanas: ¿cuántas veces más tendrá que pasar?
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