jueves, 5 de septiembre de 2024

MÓNICA LA CONDENADA, DE LA LEYENDA A LOS ESCENARIOS

CRÓNICA
Por: Guillermo Miranda Choque

Cuna de notables personajes e historias, Arequipa es una ciudad que atesora una variada riqueza de mitos y leyendas. Rindiendo homenaje a este legado cultural, los integrantes del teatro experimental de la Universidad Nacional de San Agustín (UNSA) ofrecieron a su público, la interpretación de una obra cuyo personaje resuena escalofriante en la cultura de los habitantes de la ciudad del Misti, su nombre: Mónica, la condenada.

De este modo, el elenco artístico nos sumerge en la picantería, espacio de buena comida y memorables conversaciones, auténticos pilares de la vida social arequipeña. Junto a grata compañía, este escenario es el lugar perfecto para escuchar una buena historia, compadres y comadres se reúnen en torno a la mesa como una familia, acompañados de buen tostao, chicha y su anisado.

Sobre las tablas del escenario y bajo la protección y tranquilidad que ofrece la noche, el amor de dos jóvenes brilla radiante, Mónica y Gabriel caminan juntos por un caracterizado barrio de San Lázaro. Al abrigo de la música y a paso de vals, su juramento de amor parece florecer y producir fruto con la propuesta de matrimonio que Gabriel hace a su amada, pero aquello que luce invencible será amenazado por un trágico destino.

La escenografía de esta puesta teatral instala posteriormente a su público en la casa donde habita Mónica, allí mismo y aguardando el retorno de la joven, está su mamá, personaje de carácter inflexible que ya sospecha de la relación amorosa de Mónica. El inferior estatus social de Gabriel es suficiente razón para impedir tajantemente la unión entre los jóvenes, apenas los rumores sobre esta relación son confirmados por su hija.

Tras un intenso momento de tensión dramática entre ambas mujeres, los espectadores ven a Mónica derrotada y devastada, clamando el consuelo de su amado. Pero como si hubiera sido poco haber sido amenazada con ir al monasterio, del emergente gas a presión surge ante la joven una figura de blanca vestimenta. Gabriel está ante ella y el público, que observa atento mientras Mónica se recompone, confundida y contenta, las facciones de la muchacha no advierten que su amado tiene que anunciarle una inevitable despedida.

Como si de una pesadilla se tratara, luego de comunicada aquella fatal noticia, el espectro desaparece entre la espesa niebla artificial. Lo sucedido es inexplicable para la desolada Mónica, su alegría se desvaneció tal y como llegó. La transición marcada por el abrupto cambio en el color de la iluminación a rojo escarlata, anticipaba que la tragedia llegaría una vez más para destruir algo más que el corazón de la protagonista.

Luciendo atuendo y alas negras, con pasos suaves y sigilosos el ángel de la muerte también se anuncia ante Mónica. Como una hiena que acecha a su presa, en medio de risas macabras y resonantes en todo el recinto, este ser ansioso por el alma de la joven, cuenta con el elemento perfecto para conseguir su manjar. De forma certera, este ángel fulmina a la muchacha notificándole la muerte de Gabriel en un accidente, proponiéndole suicidarse como única solución.

Aliviando la carga dramática de la anterior escena, la comedia no es ajena a esta puesta teatral. Ahora ambientada en las afueras del cementerio general de La Apacheta, una pareja de esposos instala sobre el escenario un puesto de emolientes. Lamentándose de la incompetencia de su esposo, la dueña termina cansándose de este, despachándolo y reconfortada con la idea de tener una venta abundante en aquella simulada fría noche.

Luego de atender a un cliente ebrio, momento que le hace recordar su mala suerte con los hombres, la emolientera advierte la presencia de una mujer vestida de blanco, es Mónica, quien ya es consciente de su estado fantasmal y lamenta su vida en soledad y tinieblas. Preocupada tras notar el estado de abandono y frio de la joven, la vendedora le prepara un emoliente, mas apenas tiene lista la bebida, aquel espectro ya ha desaparecido.

Sentado en una banca, Juan, un motociclista, expresa signos de molestia en un espacio que el público ha atestiguado en el inicio de la obra, es de nuevo el barrio de San Lázaro. En medio de este momento de frustración, transita la condenada sin rumbo aparente. Notando aquella presencia, el joven intenta llamarla, pero sus palabras no reciben ni la respuesta del concentrado público, solo el tacto consigue sacar a Mónica del trance.

Consumida por sus recuerdos de amor y pérdida, la venganza captura por instantes la mente de Mónica, quien piensa hacer justicia a la muerte de Gabriel. Percibiendo cierta concordancia con la soledad que ambos comparten, Juan intenta suprimir las ideas represivas de aquella a quien ve como un ser vivo. Tomando su casaca para darle calor y convenciéndola de llevarla a casa, Juan y Mónica salen de la escena acompañados.

Afligida por la pérdida, aquel personaje caracterizado por su inflexibilidad y ahora derrotado por la culpa, se lamenta e implora perdón; a un año de la partida de su hija, según exclama, reconoce haber entendido que debió escucharla más. Visitando aquel hogar, Juan llega para platicar con Mónica, pero al interactuar con la madre de la muchacha, advierte aún incrédulo sobre la trágica realidad que gira en torno a la joven.

Habiéndolo convencido de acompañarla, la mamá de Mónica va al cementerio junto al aún dudoso Juan, quien queda atónito tras hallar su propia casaca en la tumba de la joven. El dolor del arrepentimiento arremete aquel instante en la señora madre, pero también al espíritu de su hija, quien pese a hallarse presente en escena, le resulta imposible comunicarse. Esta situación también genera repercusiones en Juan, quien luce haber perdido la cordura.

Hallándose en el ambiente simulado de un manicomio, se aprecia a Juan absorbido por la demencia, no obstante aquel hombre también luce convencido de haber resuelto su problema con el mal del mundo, creyéndose ahora rey de sus propios dominios. Tal condición devasta a Mónica, quien no tarda en ser acechada de nuevo por el burlón ángel del mal, que halla regocijo entre el sufrimiento.

Pero entre el martirio y las carcajadas de su verduga, la redención surge de los labios de Mónica, quien expresa pleno arrepentimiento a través de un honesto y sincero "lo siento". La pureza y tranquilidad que trae consigo la aparición de un ángel, disipa a su contraparte maligna y porta buenas nuevas, pues Mónica ha sido perdonada. Y junto a ello la joven se ha ganado el derecho de reunirse con su amado Gabriel, quienes ahora pueden gozar de descanso eterno.



Pero así como en la vida misma no hay solo finales felices o tristes, dentro de los ambientes del manicomio, gobernando su propio reino, está Juan, quien a pesar de ser víctima de su adictiva soledad, resta en él todavía la cordura suficiente como para reflexionar que, "a veces intentar enfrentarte al mundo sin ayuda de nadie es una verdadera locura".

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