ARTÍCULO DE OPINIÓN
Por: Daniela Acosta Chávez
“La música es una de las expresiones creativas más íntimas del ser, ya que forma parte del quehacer cotidiano de cualquier grupo humano tanto por su goce estético como por su carácter funcional y social. La música nos identifica como seres, como grupos y como cultura, tanto por las raíces identitarias como por la locación geográfica y épocas históricas. Es un aspecto de la humanidad innegable e irremplazable que nos determina como tal.” Así lo afirmaron los investigadores Ángel, Camus y Mansilla en su obra La música y su rol en la formación del ser humano.
Y no les falta razón. A través de la música recordamos quiénes somos y de dónde venimos. ¿Quién no ama la música? Es un arte que nos permite ser libres, expresarnos y encontrarnos a nosotros mismos. Todos hemos cantado nuestra canción favorita, no solo porque nos gusta si no porque nos reconocemos en ella, hay sentimientos o simplemente nos dejamos llevar por el ritmo, pero nos gusta. Para muchos, la música es una de las creaciones más hermosas del ser humano.
Sin embargo, ¿qué ocurre cuando una canción choca con nuestra forma de pensar, nuestros valores o simplemente nos incomoda? Muchas veces las críticas hacia artistas se centran en las letras, pero ¿qué es exactamente lo que se cuestiona? Hay varios factores y sería imposible abordarlos todos, pero hay un tema central en debate: la letra. ¿Qué tiene de malo? El problema aparece cuando la música deja de ser una manifestación artística para convertirse en una forma de expresión grosera, sexualizada, machista o violenta. Es una realidad: Existen letras que vulgarizan la música.
Uno de los géneros más discutidos en este sentido es el reguetón. ¿Quién no recuerda el reguetón de antes? Este género hizo cantar a miles de personas. Uno de sus primeros exponentes es Vico C, cuyo nombre real es Luis Lozada Cruz. Un rapero, cantautor y productor puertorriqueño, ampliamente reconocido como uno de los pioneros del rap en español y una figura fundamental del género urbano latino. Este artista es considerado el "padre fundador del reggaeton" por establecer las bases del género fusionando ritmos caribeños con hip-hop y el "dembow". Canciones como "Aquel que había muerto", "Bomba", “Me acuerdo” y "Tengo un problema" tienen letras que abordan dolor de amor, temas sociales, su fe cristiana y sus propias experiencias de vida.
Los temas y letras del reggaeton antiguo te transportaban a los recuerdos de tu primer amor, te dibujaban mariposas en el estómago o te volvían a hacer sentir esos sentimientos puros e ingenuos. Y no era exclusivo del reggaetón, también el pop, el rock o la balada romántica cumplían esa función.
En los años 2000, aunque el reguetón tuviera un ritmo pesado, las letras solían ser más fáciles de comprender y, en su mayoría, no traspasaban ciertos límites, no obstante, sin generalizar, siempre hubo canciones con tonos subidos. Hoy la música evolucionó, pero cabe preguntarse si fue para bien. Si escuchas un playlist de artistas urbanos actuales como Bad Bunny, Karol G, Rauw Alejandro, entre otros y prestas atención a las letras, entenderás mi inquietud.
Según un estudio de la American Psychological Association (APA), los adolescentes que consumen música con contenido explícito de forma recurrente tienden a normalizar conductas como la violencia, el machismo y el uso de lenguaje ofensivo en su vida cotidiana. Eso no es menor porque las letras forman parte de un entorno simbólico que influye en cómo jóvenes y adolescentes entienden las relaciones humanas.
Hay letras que no solo faltan al respeto a la dignidad humana, sino que sexualizan a las personas, tanto a hombres como a mujeres, tratándolas como objetos, priorizando el placer sobre los sentimientos y presentando esto como “amor”. Basta escuchar canciones con la siguiente letra: “Darte como una perra, como una cualquiera Jalarte por el pelo, agarrarte por el suelo Usarte como escoba, aúlla como loba..” “Uh me la chupa, me la soba, Uh y la leche me la roba. Ella se hace la más boba. Malparida, piroba…” Este fragmento de la canción ‘La Groupie’ de la Ghetto, Lui G 21 Plus, Nicky Jam y Ñengo Flow, describe actos sexuales de forma mecánica o degradante dejan en evidencia una mirada que reduce a la persona a su cuerpo y a su uso sexual. Eso no es poesía; es cosificación.
La psicóloga clínica Ana Paula Reyes, citada por el diario El Tiempo de Colombia, explica que los adolescentes, en su proceso de construcción de identidad, tienden a imitar patrones de conducta de figuras que consideran modelos, como los artistas urbanos. Si esos modelos promueven lenguaje ofensivo, se puede generar la percepción de que ese lenguaje es aceptable o incluso “cool”.
Este tipo de letras ejercen una violencia simbólica. Más allá de las rimas o el juego de palabras, comunican una concepción en la que el ser humano deja de ser sujeto racional para convertirse en un objeto de deseo. Esto se verifica especialmente cuando la figura femenina se construye como un ser cuyo único valor sería el sexo, descartable después de su uso. Sorprendentemente, no todas las mujeres se sienten ofendidas, y eso eso es lo que más asombro genera porque varias de ellas disfrutan la letra de las canciones, lo cual revela lo complejo de la problemática. La violencia verbal y psicológica se convierte en un placer compartido y normalizado.
Un estudio de la Universidad de Iowa, agrega que las letras con contenido sexual o violento pueden acelerar la madurez sexual y modificar la percepción sobre las relaciones interpersonales, aumentando la tolerancia a actitudes inadecuadas. Ese impacto es real y tiene consecuencias ya que normalizar el sexo casual, el consumo de drogas o la falta de valoración personal termina afectando la salud física y mental de las personas.
El neuropsicólogo y especialista, Telésforo González Mercado, señaló que no hace falta ser experto para reconocer que ciertas letras urbanas incitan al consumo de alcohol, a las drogas ilícitas, al sexo promiscuo y al irrespeto a las figuras de autoridad. Desde su perspectiva, el lenguaje que usan algunos exponentes urbanos busca erosionar la autoestima, el pudor y la moral de las jóvenes, fomentando conductas que ponen en riesgo su bienestar.
En pocas palabras, la música actual busca el disfrute inmediato y el vivir el momento sin consecuencias. El sentido artístico se perdió cuando las necesidades “urgentes” de salir a fiesta, tener relaciones sexuales, conocer gentes, socializar, beber o fumar se impone sobre la reflexión y el sentimiento. Las letras que antes hablaban de amor y ternura, hoy dejan de provocar ese bonito sentimiento en el corazón y en su lugar invitan a la inmediatez del placer.
Esto no significa que toda la música contemporánea carezca de valor ni que todos los cantantes promuevan esos mensajes. Hay artistas que siguen explorando el amor, la belleza y la crítica social con respeto. Pero lamentablemente la presencia de letras que cosifican, violentan o banalizan al ser humano exige un debate público urgente porque la música forma parte de nuestro día a día, nuestra cultura y educa tanto como entretiene. Vale la pena preguntarnos ¿Qué tipo de sociedad queremos construir con las canciones que consumimos? Como lo mencionó el poeta Berthold Auerbach, “La música limpia el polvo de la vida diaria del alma”.

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