ARTÍCULO DE OPINIÓN
Por: Sharon Taco
Lo primero que salta a la vista es la desconexión entre los jóvenes y sus propias identidades culturales. Esta pérdida no es solo un fenómeno social; es una experiencia personal de desarraigo que lleva a muchos a sentirse como si flotaran en el aire, sin una base sólida sobre la cual construir su sentido de pertenencia. Los jóvenes, en su afán de adaptarse a los nuevos tiempos, a veces se ven forzados a dejar atrás las tradiciones que históricamente han sido parte de su ser, mientras intentan encontrar un equilibrio entre el mundo que los rodea y el legado cultural que deberían seguir. Este desajuste genera una sensación de vacío, una especie de desconcierto existencial que se traduce en una falta de orientación y de propósito.
Pero no solo se trata de una crisis de identidad; también es una cuestión de consumo. Vivimos en una sociedad cada vez más orientada a la adquisición, no solo de bienes materiales, sino también de experiencias y valores culturales que son rápidamente empaquetados y vendidos. El consumo de cultura se ha vuelto tan masivo que, a menudo, los jóvenes terminan siendo espectadores pasivos de un espectáculo donde las decisiones sobre qué es relevante y qué no lo es, ya han sido tomadas por otros. La cultura, esa que alguna vez fue un motor de expresión y autenticidad, se ha convertido en una mercancía que pierde su valor intrínseco cuando se ve a través del filtro de la industria. Los jóvenes, al ser continuamente bombardeados por esta oferta sin fin, se sienten como piezas de un engranaje, atrapados en un ciclo constante de consumir sin realmente entender o asimilar lo que están recibiendo.
A pesar de los desafíos, la alienación cultural no es un fenómeno sin solución. La clave está en fomentar un aperturismo cultural que no signifique renunciar a las tradiciones, sino aprender a convivir con otras culturas de manera respetuosa y enriquecedora. Es crucial que, como sociedad, enseñemos a los jóvenes a valorar lo que han heredado, sin caer en el error de querer imponer una única forma de ser o pensar. La autenticidad cultural no se logra a través de la negación del otro, sino mediante el entendimiento y la integración de lo diverso. Además, es fundamental que los jóvenes tengan espacios donde puedan crear y compartir sus propias experiencias culturales, sin las presiones de las expectativas comerciales.
Lo que está en juego no es solo la supervivencia de nuestras tradiciones, sino la capacidad de los jóvenes para forjar una identidad propia que no dependa únicamente de lo que los demás decidan por ellos. La alienación cultural no es una condena; es un reto que, si se aborda correctamente, puede dar lugar a una sociedad más abierta, más crítica y, sobre todo, más conectada consigo misma.
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