Por: Sharon Taco
Hoy, en 2024, Margarita sigue con la misma rutina. Se levanta a las 3 de la mañana, se baña y prepara el desayuno y el almuerzo para ella y sus hijas. A las 5, sale de su casa en la parte alta de Cayma y se dirige al paradero de la Tomilla. Luego de esperar por dos carros, finalmente aborda el que va a Zamacola. Su llegada, a las 6 de la mañana, es un poco apurada. A las 6:05 ya es tarde.
Al llegar a Zamacola, se encuentra con otros jornaleros en espera. Los capitanes los agrupan, y ellos, junto a los demás, se acomodan al lado de los ferrocarriles, aguardando instrucciones. Margarita recuerda que el día anterior había viajado a Quizcos, una localidad en las afueras de Arequipa, para cosechar avena y jalar mangueras. El trayecto desde Zamacola le toma entre una hora y media y dos horas, dependiendo del tráfico.
El trabajo comienza a las 8 de la mañana y continúa sin descanso. Margarita relata que el grupo tiene un breve receso al mediodía para almorzar. Se forman en una media luna, comparten sus meriendas, cuentan chistes para aligerar el ambiente y discuten sobre política. Este descanso dura aproximadamente una hora, tras la cual vuelven al trabajo hasta las 5 de la tarde. Por esa jornada de ocho horas, le pagaron 60 soles. Al regresar a casa, exhausta, entre las 7:30 y las 8 de la noche, Margarita no se permite descansar de inmediato. Se cambia de ropa, lava la que usó durante el día, cocina la cena para su hija menor y espera a la mayor, quien está en el instituto. Con emoción, Margarita me cuenta sobre el avance de su hija en sus estudios y el alivio que le brinda la perspectiva de un futuro mejor para ella. Después de que su hija regresa, limpia la cocina y organiza la casa para mantenerla impecable. Su día termina a las 10 de la noche, cuando se va a la cama para iniciar su rutina al día siguiente a las 3 de la mañana.
Acompañé a Margarita en un día particularmente difícil. Llegamos a las 6 de la mañana, y como había previsto, la espera fue larga. Tomamos desayuno y charlamos sobre la situación del país. Le pregunté sobre sus experiencias negativas, y su rostro se tornó serio.
“Hace un año, nos llevaron a la parte alta de Chivay para hacer chuño,” recuerda. “Como sabes, la comida, el agua y el abrigo los llevamos nosotros, ya que los empleadores generalmente no nos ofrecen nada, excepto algunos que sí nos brindan comida o agua. Fuimos por dos días, y el frío era insoportable. La lluvia nos empapaba y, para empeorar las cosas, cayó nieve. Mi cuerpo no soportaba más; quería desmayarme, pero seguí trabajando porque tenía muchos gastos. Regresé a casa el segundo día alrededor de las 4 de la tarde. Pensé en rendirme, pero no pude. Para las madres viudas como yo, la vida es dura. El 80% de las mujeres que trabajan aquí son madres solteras o viudas con dos o tres hijos. Los hombres, por su parte, son padres que no encontraron empleo en empresas y ven en este trabajo su última opción. También he visto a muchos jóvenes que vienen de Puno y Cusco buscando trabajo, ya que les pagan poco allá. Aquí, los recibimos como parte de una familia; todos nos conocemos”.
La conversación giró hacia los días difíciles, como el de hoy. A las 9 de la mañana, los capataces y capitanas aún no habían llegado. Margarita, preocupada, comentó: “Estos meses el trabajo ha bajado mucho. No es tiempo de cosecha, y en esta temporada tengo que buscar trabajos adicionales, como lavar ropa o pelar patos. Es desagradable, pero no puedo quedarme sin trabajo. Si no llevo nada a casa, me preocupan la luz, el agua y la mensualidad de mi hija. No puedo enfermarme ni dejar de trabajar, porque esos días sin ingresos son una pérdida total”.
A pesar de los desafíos, Margarita mantiene una actitud positiva. “Este trabajo me permite tener cierta flexibilidad,” dice con una sonrisa. “Intenté vender verduras en las mañanas en Zamacola, pero la municipalidad siempre nos sacaba. Ya me rendí con eso. Mi hija está por terminar sus estudios, lo cual es un alivio. Tal vez pronto no tendré que trabajar más, solo cuidar a mi hija pequeña.”
A sus 45 años, Margarita aspira a encontrar una mejor oportunidad laboral. “Sé que es difícil, pero mucha gente no conoce nuestra realidad,” reflexiona.
Concluí la entrevista dándole palabras de aliento, agradeciéndole por su tiempo y despidiéndome. Aunque ese día no hubo trabajo, Margarita regresaría a casa para estar con sus hijas, lista para enfrentar el día siguiente.
Cabe mencionar que Margarita también destacó que el trabajo de los hombres suele ser más pesado, cargando guano y sacos de verduras o tubérculos, pero a menudo ganan un poco más: 80 soles en los mejores días y 70 en días normales. Las mujeres también pueden ganar esa cantidad, dependiendo del tipo de trabajo y su rendimiento, como en la cosecha de arvejas, donde entregar más cantidad puede incrementar el jornal.
Los jornaleros suelen ser trasladados a diversas localidades de Arequipa, como Tiabaya, Cayma, Chiguata o Kiscos, donde trabajan en chacras, enfrentando cada día con el mismo esfuerzo y dedicación.
Por ejemplo, la ley establece que ningún trabajador debe laborar más de ocho horas diarias o 48 horas semanales. Además, se garantiza un tiempo de refrigerio y descansos remunerados, incluyendo vacaciones anuales. Sin embargo, en la práctica, los jornaleros como Margarita a menudo trabajan largas jornadas sin descansos adecuados y con condiciones de trabajo precarias. "El tiempo de refrigerio no siempre se respeta," menciona Margarita. "A veces, apenas tenemos tiempo para comer algo rápido y volver al trabajo."
La remuneración es otro derecho crucial, con la ley peruana estableciendo una remuneración mínima de 1050 soles mensuales por una jornada de 48 horas semanales. Sin embargo, los jornaleros muchas veces no reciben un pago justo por su arduo trabajo. Margarita, por ejemplo, gana 60 soles por una jornada de ocho horas, lo que apenas cubre sus necesidades básicas. "Es difícil hacer que el dinero rinda," dice Margarita. "A veces tengo que buscar otros trabajos para poder pagar las cuentas."
La seguridad y salud en el trabajo es otro derecho fundamental que a menudo se pasa por alto en el sector agrícola. Los empleadores están obligados a tomar medidas para garantizar la integridad física de los trabajadores, pero las condiciones de trabajo pueden ser extremadamente duras y peligrosas. "Trabajar en el campo puede ser muy riesgoso", comenta Margarita. "El clima es impredecible, y a veces no tenemos el equipo adecuado para protegernos."
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