ARTÍCULO DE OPINIÓN
Escribe: Guillermo Miranda Choque
Estudié canto lírico en el Conservatorio de Música de nuestra región, constantemente fui asediado por las dificultades y prejuicios que pesan sobre los estudiantes de artes. Hallé mi pasión en la composición musical, una habilidad que nunca me hubiera podido considerar habiendo estudiado en algunos colegios donde no se le daba la debida importancia a la música. ¿Me pregunto cuánto hubiera cambiado si hubiera sido de otro modo?
Durante los últimos dos meses tuve la oportunidad de entrevistar a diferentes personas dedicadas a las artes: músicos, pintores, cineastas y bailarines. Si bien cada grupo cultivaba una técnica distinta, el punto de convergencia entre todos ellos radicaba en su evidente pasión hacia su propio trabajo, compartiendo un reto por delante: la escasa apreciación y valoración del arte en el Perú.
Regateando el precio de pinturas, pagando con comida y “chela” el servicio de músicos y danzantes, clausurando galerías de arte, explotando a los profesores de música, recortando los financiamientos hacia el cine, exigiendo actuaciones gratuitas, por nombrar algunas ofensas; los atropellos hacia la digna profesión de los artistas se hace presente de diversas formas y modalidades creando una cultura hostil a su trabajo.
Conocí a José Tejada, quien no permite aceptar pagos “comestibles” por su labor como folclorista y profesor de danza; a Pedro Herrera, quien vive de la actuación y su enseñanza; a Ronald Infa, quien aprendió a vivir y revalorar su trabajo como pintor. Entre ellos también destacan proyectos como Hilando Miradas, de Milagros Melgar y Gaby Cárdenas, quienes tuvieron el propósito de contribuir a la formación de directoras y productoras audiovisuales.
Desde su propia perspectiva, muchos de ellos comprendieron primeramente que debían deshacerse de los prejuicios sociales de su contexto, para emprender y desarrollar su formación artística, vivir de esta práctica y educar nuevas generaciones, haciendo respetar su profesión dejando testimonio en un entorno que se mal acostumbró a menospreciar la importancia de esta labor.
Fijándose en el problema, el dramaturgo arequipeño Luis Álvarez Oquendo también sostuvo que es necesaria la incidencia de la formación artística en los colegios, que además de contribuir al cultivo del gusto y valoración artística, también lo es para el desarrollo de habilidades necesarias para el crecimiento personal del individuo, independientemente de su vocación y aspiraciones profesionales; una perspectiva más profunda para quienes ven al arte como mero entretenimiento.
En esta tarea también es muy importante la participación de los medios de comunicación, poca o nula es su participación en los eventos culturales que son organizados durante la tarde y la noche. En conciertos, exposiciones pictóricas o en obras de teatro se hace notoria la falta de consideración hacia la cultura.
Como destacó la maestra de canto Cristina Conde Vargas, muchos de los egresados en música se ven forzados a ejercer como docentes de arte o música, alejándose de sus perspectivas profesionales. Siendo el caso de un Coro Nacional que no podría cubrir la oferta laboral de cantantes, lo necesario sería planificar y aperturar nuevos elencos que permitan atender este problema y con ello promocionar mayor actividad cultural.
El día en que se haya conseguido difundir que el trabajo de un músico o un pintor es tan importante como el de un ingeniero o un abogado, ese día tendremos una nación más saludable y próspera, pues sabrá valorar, consumir y aprovechar su enorme riqueza cultural. Mientras tanto es la unidad aquella mediante la cual se haga respetar y cultivar el arte en una sociedad amenazada por las tinieblas de la ignorancia.
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