miércoles, 2 de julio de 2025

"LA ÚLTIMA DISCUSIÓN"

CRÓNICA
Por: Stefany Mena Campos

No era un día distinto. El sol de Arequipa caía sin apuro sobre las polvorientas calles de la asociación APIAAR, en el distrito de Yura. Los vecinos salían y entraban de sus casas con la rutina encima. Pero en una vivienda modesta, el tiempo estaba por detenerse.

El adolescente de 15 años empujó la puerta de su hogar sin imaginar que lo que estaba a punto de ver marcaría su vida para siempre. Adentro, sus padres yacían sin vida. Su madre, tendida en el piso, sin signos vitales. Su padre, colgado, sin esperanza.

El silencio se apoderó de la casa. Gritos después. Llamadas desesperadas. La policía llegó poco después, alertada por los propios vecinos, quienes solo atinaron a decir: “Siempre peleaban, ella ya no quería seguir con él”. Las discusiones eran frecuentes. Las denuncias por violencia familiar, también. Pero nada detuvo la tragedia.  
Según las primeras diligencias, el hombre habría atacado a su esposa tras una fuerte discusión. Luego, al darse cuenta del horror cometido, se habría quitado la vida. El Ministerio Público y los peritos de criminalística confirmaron la escena: un feminicidio seguido de suicidio.

Pero más allá de la escena, quedó la historia invisible de una familia quebrada. La mujer, madre de cuatro hijos de 15, 10, 8 y 4 años, ya había pedido ayuda. Su hijo mayor, aquel que encontró los cuerpos, ahora carga con una imagen imborrable. Y los más pequeños ni siquiera comprenden lo que ha pasado.

La Municipalidad de Yura ha prometido apoyo: gestionarán el bono de orfandad, nichos para el entierro, asistencia psicológica. El Centro de Emergencia Mujer también ha intervenido. Pero, ¿llega esto demasiado tarde?

En el vecindario, aún hay murmullos. El dolor sigue instalado. Algunos vecinos colocaron velas frente a la casa; otros simplemente miran al suelo cuando pasan. Lo que ocurrió esa tarde en Yura no fue un caso aislado: fue el reflejo de una violencia que persiste, que crece silenciosa y que, muchas veces, mata.

Hoy, esa vivienda está cerrada. Pero dentro de cuatro niños habita una ausencia irremediable. Y en Arequipa, como en muchas otras partes del país, sigue latiendo una pregunta incómoda: ¿cuántas veces más se deberá gritar para que alguien escuche?


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