ARTICULO DE OPINIÓN
Por: Oneida Chayña López
El 1 de junio, Paucarpata fue testigo de un hecho que no debería repetirse jamás. Una madre caminaba junto a su pequeña hija de nueve años por una calle cualquiera, como lo hacen muchas familias cada día. Pero ese día, el destino les tenía preparado un golpe devastador: un conductor, en evidente estado de ebriedad, las embistió sin freno ni conciencia. La niña no sobrevivió. La madre, herida no solo en el cuerpo, sino en lo más profundo del alma, aún lucha por recuperarse.
Esta tragedia no tiene un solo responsable. El primero, claro, es el conductor: Zenón Jaramillo Condori, de 70 años, quien tomó una decisión fatal al conducir en estado etílico. A su edad, debía saber —mejor que nadie— que manejar así es jugar con la vida de los demás. Su irresponsabilidad no solo le costó su libertad, también le arrebató a una familia su alegría más pura: una hija.
Pero no podemos hablar solo del individuo. Hay una segunda culpa que pesa: la indiferencia social hacia la seguridad vial. En un país donde cruzar una calle puede ser un acto de fe, la ausencia de cultura peatonal y el irrespeto de las normas básicas convierten a cualquier vereda en una zona de peligro. En los videos de seguridad se aprecia cómo la familia, pese a la existencia de una vereda, caminaba por la pista. No los culpemos, entendamos: cuando la infraestructura falla o es ignorada, el riesgo se multiplica.
Y finalmente, está la tercera culpa: la omisión de todos nosotros. ¿Cuántas veces hemos visto a alguien conducir ebrio y no hemos hecho nada? ¿Cuántas veces hemos ignorado las reglas creyendo que “no pasará nada”? La verdad es incómoda: los accidentes muchas veces no son “accidentales”, son el resultado de pequeñas decisiones erradas que, juntas, causan desgracias.
Hoy, el conductor está detenido. Pero eso no devuelve la vida de una niña ni alivia el vacío de una madre. Es momento de tomar conciencia, de entender que cada paso que damos, cada volante que giramos, cada semáforo que respetamos o ignoramos puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
Prevenir está en nuestras manos. Y aunque el tiempo no puede retroceder, nuestras acciones de hoy pueden evitar que esta historia se repita mañana.
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