CRÓNICA
Por: Grover Lanza
Fue tan rápido que casi nadie lo vio venir, ni sus rivales ni quienes observaban. Mi cámara logró captarlo y me permitió anotar su matrícula. Un tren de color rojo, desconocido y proveniente de otras tierras, tan furioso y poderoso como pensante e inteligente. UPC, logré captar; seguramente un símbolo de unidad, poder y coraje, no hay dudas.
Desconocido, sí que lo era, pero
logré identificarlo como el equipo de baloncesto 3x3 de la Universidad Peruana
de Ciencias Aplicadas (UPC). Ese era el nombre de este tren veloz que pasó por
la estación moqueguana de la Universidad Nacional de Moquegua. Detenerlo fue
imposible, tanto para todos los demás como para ellos mismos.
Digo que pasó por la estación de
Moquegua porque, desde el arranque del encuentro, el tren rojo impuso
condiciones. No solo era su velocidad; era su trabajo en equipo, su
coordinación y la convicción con la que iban al ataque en busca de puntos y un
lugar en la final, donde les esperaba un gran rival.
“El moqueguano”, como lo llamaré,
también es un tren. Pero este parecía uno de aquellos años, no estaba engrasado.
Sus jugadores no coordinaban; se escuchaban gritos y reniegos entre ellos, y
también hacia sí mismos. De comunicarse nada, cada uno daba lo suyo, por su
lado, sin apoyos
La gente que rodeaba el escenario y el mismo campus de Sociales de la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa (UNSA) era la estación de las semifinales, aunque para el tren rojo parecía todo menos un paradero. Ellos tenían otro destino, y quizás por eso corrían a tanta velocidad.
Ya se veía al moqueguano en el
calentamiento, sin la fuerza ni la convicción necesarias para tratar de frenar
al gran rojo. Es cierto que dieron lo suyo: empuje, ganas, coraje y corazón.
Quizá, en algún momento, la suerte no los acompañó. Su mejor lanzador falló
varias veces, dándole al aro. La suerte no estuvo de su lado, es verdad.
Pero en un tren que va tan
deprisa, ni sus propios tripulantes pueden ver lo que sucede a su alrededor.
Así fue como dominaron el encuentro, los 20 metros cuadrados, con puño de
hierro. Desde el inicio, empujaron con fuerza. Atacaron con dribles y
lanzamientos que valen dobles, porque esta vez, tras un punto, o caían dos, o
tras dos, caía uno.
No le dieron tregua “al
moqueguano”. Los de rojo no solo eran más grandes y tenían más ritmo, sino que
eran veloces. Parecía que, en pleno ataque, tenían la capacidad de cambiar de
táctica y sorprender, y así lo hicieron, llegando por aquí y por allá, por
todos lados. Punto a punto, inclinaron la balanza con el primer zarpazo,
convencidos de que se veían en la final.
Empujaron, driblearon, canasta a
canasta sumaron puntos. Eran los más rápidos que había visto; otros ni siquiera
los vieron venir. El marcador digital apenas aguantaba el ritmo de los rojos,
que registraba su contador. Muchas veces, ni siquiera les dio tiempo; sus
puntos se sucedían uno tras otro.
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