ARTÍCULO DE OPINIÓN
En el
Perú, la desigualdad económica es un tema que continúa generando
preocupación y debate. Recientemente, la Encuesta Nacional de Percepción
de Desigualdades (ENADES 2024) reveló que el 80% de la población
considera que la desigualdad entre ricos y pobres es un problema grave.
Esta percepción refleja una realidad que muchos eluden: la idea de que
la pobreza es una cuestión de elección personal, una creencia que,
lamentablemente, ha calado hondo en la mentalidad colectiva.
El pensamiento de que “el pobre es pobre porque quiere” es una falacia que ignora las complejidades del contexto social y económico. Con un 43% de la población en condiciones de pobreza y un 8.5% en pobreza extrema, es difícil sostener que esta situación sea el resultado de una falta de esfuerzo personal. Este argumento es una simplificación de un problema multifacético que requiere una mirada más crítica y empática.
Desde la infancia, la educación se presenta como un camino hacia la superación. Sin embargo, la realidad muestra que no basta con asistir a la escuela. Para un niño de bajos recursos, la “educación gratuita” está plagada de obstáculos: la necesidad de útiles escolares, libros, tiempo para estudiar y, en muchos casos, la obligación de trabajar para contribuir al hogar. Esta carga no solo afecta el rendimiento académico, sino también la salud mental y emocional de los jóvenes, quienes se ven atrapados en un ciclo que perpetúa la pobreza.
El pensamiento de que “el pobre es pobre porque quiere” es una falacia que ignora las complejidades del contexto social y económico. Con un 43% de la población en condiciones de pobreza y un 8.5% en pobreza extrema, es difícil sostener que esta situación sea el resultado de una falta de esfuerzo personal. Este argumento es una simplificación de un problema multifacético que requiere una mirada más crítica y empática.
Desde la infancia, la educación se presenta como un camino hacia la superación. Sin embargo, la realidad muestra que no basta con asistir a la escuela. Para un niño de bajos recursos, la “educación gratuita” está plagada de obstáculos: la necesidad de útiles escolares, libros, tiempo para estudiar y, en muchos casos, la obligación de trabajar para contribuir al hogar. Esta carga no solo afecta el rendimiento académico, sino también la salud mental y emocional de los jóvenes, quienes se ven atrapados en un ciclo que perpetúa la pobreza.
Cuando se
alcanza la educación superior, el logro es significativo, pero las
oportunidades laborales suelen estar sesgadas. Los graduados de
universidades públicas, a menudo percibidos como menos favorecidos,
pueden enfrentarse a un mercado laboral que prioriza a aquellos que
provienen de instituciones privadas. Esta disparidad refuerza la noción
de que el sistema está diseñado para favorecer a unos pocos, perpetuando
la brecha entre ricos y pobres.
Algunos argumentan que la “mentalidad de pobreza” es el principal obstáculo para el progreso, culpabilizando a los individuos por su situación. Sin embargo, esta perspectiva ignora la responsabilidad compartida que recae en el gobierno y las estructuras sociales que limitan las oportunidades para muchos. No se puede exigir a las personas que superen obstáculos sistemáticos sin un cambio en las políticas que afectan su vida diaria.
Además, los datos de ENADES 2024 muestran que el 76% de la población opina que la desigualdad entre Lima y las regiones es alarmante, con un 59% que siente que la capital domina sin tener en cuenta las realidades de los demás. Esta desconexión geográfica y social refuerza la idea de que el acceso a oportunidades no es equitativo y que el lugar de nacimiento puede dictar el destino de una persona.
Es esencial abordar el problema de la desigualdad desde un enfoque más amplio, que no solo contemple el crecimiento económico, sino que también promueva la justicia social. El 31% de los encuestados considera que un Estado más justo es fundamental para lograr una sociedad más equitativa. Sin embargo, el acceso a la justicia, la salud y la educación sigue siendo desigual, lo que indica que la lucha por la igualdad de oportunidades está lejos de ser una realidad.
La empatía debe ser el primer paso hacia el cambio. Reconocer que no todos enfrentan las mismas circunstancias nos puede ayudar a construir una sociedad más justa. No se trata solo de mirar hacia afuera, sino de cuestionar nuestros propios privilegios y asumir la responsabilidad de contribuir a un sistema que permita que todos tengan la oportunidad de prosperar.
Es imperativo que no solo tomemos conciencia de la realidad que viven millones de peruanos, sino que también actuemos. Desde una mayor presión para que el gobierno implemente políticas que reduzcan la desigualdad, hasta un compromiso personal de empatía y acción.
Algunos argumentan que la “mentalidad de pobreza” es el principal obstáculo para el progreso, culpabilizando a los individuos por su situación. Sin embargo, esta perspectiva ignora la responsabilidad compartida que recae en el gobierno y las estructuras sociales que limitan las oportunidades para muchos. No se puede exigir a las personas que superen obstáculos sistemáticos sin un cambio en las políticas que afectan su vida diaria.
Además, los datos de ENADES 2024 muestran que el 76% de la población opina que la desigualdad entre Lima y las regiones es alarmante, con un 59% que siente que la capital domina sin tener en cuenta las realidades de los demás. Esta desconexión geográfica y social refuerza la idea de que el acceso a oportunidades no es equitativo y que el lugar de nacimiento puede dictar el destino de una persona.
Es esencial abordar el problema de la desigualdad desde un enfoque más amplio, que no solo contemple el crecimiento económico, sino que también promueva la justicia social. El 31% de los encuestados considera que un Estado más justo es fundamental para lograr una sociedad más equitativa. Sin embargo, el acceso a la justicia, la salud y la educación sigue siendo desigual, lo que indica que la lucha por la igualdad de oportunidades está lejos de ser una realidad.
La empatía debe ser el primer paso hacia el cambio. Reconocer que no todos enfrentan las mismas circunstancias nos puede ayudar a construir una sociedad más justa. No se trata solo de mirar hacia afuera, sino de cuestionar nuestros propios privilegios y asumir la responsabilidad de contribuir a un sistema que permita que todos tengan la oportunidad de prosperar.
Es imperativo que no solo tomemos conciencia de la realidad que viven millones de peruanos, sino que también actuemos. Desde una mayor presión para que el gobierno implemente políticas que reduzcan la desigualdad, hasta un compromiso personal de empatía y acción.
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