Crónica
Por: Christian Ccahua Suni
Existe la frase que dice “El verdadero heroísmo consiste en persistir más de un momento cuando todo está perdido”. José Abelardo Quiñones, con su avión maltrecho y el corazón en llamas, surcó los cielos de la guerra de 1941.
Nacido en el puerto de Pimentel, un rincón pacífico de Lambayeque, Quiñones nunca imaginó que su destino estaría escrito en las alturas, donde los cielos se cruzan con el fuego y la valentía. Desde joven, sus habilidades sorprendieron a todos; no era un aviador común. Egresado de la Escuela Central de Aviación Jorge Chávez, asombró a la concurrencia con un vuelo invertido a un metro del suelo, demostrando destrezas que desafiaban lo imposible.
En 1941, mientras el mundo se desangraba en la Segunda Guerra Mundial, Sudamérica no era ajena al conflicto. El ejército ecuatoriano rugía como bestias hambrientas en la frontera norte, y el cielo se oscurecía con una tormenta de fuego. Quiñones, entonces teniente, lideraba un ataque decisivo sobre Quebrada Seca. Cerca de las 08:00 horas, su escuadrilla se encontraba sobre el objetivo. Las balas enemigas trazaban líneas de muerte a su alrededor. Herido y rodeado, no tenía escapatoria. Pero su voluntad no flaqueó.
El motor de su avión aullaba como una bestia herida, y las alas temblaban bajo el peso de la batalla. Quiñones, sin embargo, persistió. Con plena conciencia de sus actos, descendió hacia el enemigo. Su avión, convertido en parte de su alma, se estrelló contra las baterías antiaéreas ecuatorianas en un último y heroico acto de sacrificio. Las llamas consumieron su nave, pero su espíritu, más luminoso que el fuego, se elevó.
Dicen que su cuerpo quedó atrapado en los restos ardientes, pero su espíritu se convirtió en leyenda. En reconocimiento a su sacrificio, fue ascendido póstumamente al grado de Capitán de Aeronáutica. En 1966, el Congreso de la República lo declaró héroe nacional, y su memoria es celebrada cada 23 de julio, Día de la Aviación Militar del Perú.
La vida de José Abelardo Quiñones es un ejemplo de cómo el heroísmo no solo reside en la capacidad de enfrentarse al peligro, sino en la voluntad de persistir cuando todo parece perdido. Junto a figuras inmortales como Miguel Grau y Francisco Bolognesi, Quiñones nos enseña que el verdadero valor no conoce fronteras ni tiempos. Su legado, forjado en el fuego del sacrificio, es una lección de patriotismo para las generaciones presentes y futuras.
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