CRÓNICA
Por: Oneida Chayña López
La noche del lunes 21 de abril no fue distinta a otras en la avenida La Marina de Arequipa, vehículos que van y vienen, conductores que saben qué carril tomar y cómo sortear el agitado tránsito de la ciudad. Sin embargo, para un grupo de jóvenes universitarios, esa rutina nocturna terminó convertida en tragedia. El exceso de confianza, la velocidad y el alcohol se mezclaron en una combinación fatal que cambió varias vidas en segundos.
Eran alrededor de las 9:30 p.m. cuando el vehículo de placa VAR-112, que transitaba por el bypass cercano al puente San Martín, perdió el control y se estrelló violentamente contra un poste. Dentro iban cinco jóvenes. El conductor, Arturo Herrera Pérez (23), estaba en estado de ebriedad, según confirmaron luego las autoridades con el dosaje etílico. Tras el impacto, todos resultaron heridos y fueron trasladados de emergencia al hospital Honorio Delgado.
Los acompañantes —Estefanía Dávila Caso, Alexa Gonzales Chambilla, Andrés Acosta Concha y Gabriel Paredes Gonzales— sufrieron fracturas de distinta gravedad. Tres de ellos fueron dados de alta días después, y otro continúa en observación con una pierna fracturada. Pero el más afectado fue el propio Herrera, quien ingresó a trauma shock con un diagnóstico crítico: traumatismo encéfalo craneano severo.
Mientras los equipos de emergencia —bomberos, Policía y personal de Serenazgo— llegaron al lugar, los testigos no dudaron en contar lo que habían visto: el automóvil realizaba maniobras temerarias antes de estrellarse, lo que evidencia una conducción irresponsable que pudo evitarse.
Tres días después del trágico accidente, los médicos confirmaron lo inevitable: Arturo Herrera fue diagnosticado con muerte cerebral. La noticia cayó como un golpe silencioso e insoportable para su familia, obligándolos a enfrentar el más desgarrador de los destinos: despedirse de un hijo, de un hermano, cuando la vida apenas comenzaba. Una pérdida que duele más por saber que pudo evitarse.
Sin embargo, en medio del dolor más profundo, surgió un acto de luz. En un gesto de inmensa generosidad, su familia decidió donar sus órganos, transformando la tragedia en esperanza. El hígado, los riñones y las córneas del joven fueron destinados a pacientes que, desde hace tiempo, aguardaban una segunda oportunidad para vivir.
El personal del hospital Honorio Delgado Espinoza coordinó con delicadeza el proceso de donación junto a otras instituciones médicas, resguardando siempre la confidencialidad de los beneficiarios. Así, el adiós de Arturo no fue el final, sino el inicio de nuevas historias. Porque incluso en la pérdida más dolorosa, aún puede florecer la vida.
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