jueves, 3 de octubre de 2024

EL MÁS VELOZ, EL TREN ROJO

CRÓNICA

Por: Grover Lanza 

El capitán del tren rojo dijo: "Vamos a por la corona dorada", y allá fueron. ¿El tren tenía frenos? Por supuesto. Tenía la pausa y la capacidad de alcanzar las cien por hora en tan solo tres segundos. Velocidad, poder y fuerza para sobrepasar al rival. Pausa e inteligencia para controlar los tiempos y ganar el juego de ajedrez a quien se le pusiera enfrente.

Pasó por Moquegua, puso la directa y se plantó en la gran final. Allí le espera un coloso, el coloso viviente de la batalla de semifinales. Ya había mostrado su gran velocidad, pero su paso por Moquegua también reveló uno de sus grandes atributos: la coordinación, el entendimiento, la pausa y el trabajo en equipo.

Veloz, rutilante y furioso, así se presentaba en la final, mostrando cartel de favorito. Se iba a enfrentar al poderoso azul, pero su trayectoria hasta la final les otorgaba credenciales para pisar fuerte. Estaban en el lugar que les correspondía y era la hora de reclamar la corona.

Las finales se hacen esperar, y no es para menos. Esta iba a ser una gran final, entre dos rivales de peso y mucha jerarquía: el tren rojo contra el coloso azul. La espera se hacía angustiosa, más aún cuando el árbitro de la final dijo: “En 10 comienza”.

A unos dos metros de altura, a la derecha de donde me encontraba, colgaba un marcador electrónico que descontaba los minutos sin prisa. Mientras tanto, el gentío observador palpitaba con angustiosa expectativa el desenlace de un duelo único.

Los minutos se descontaban en el electrónico: ocho, siete, seis. Por otro lado, los atletas saltaban al escenario que dictaría sentencia y abriría paso al ganador. Practicaban triples para el momento crucial. Los jugadores de ambas escuadras se concentraban en un diálogo sobre lo que sería el encuentro: hablaban de marcajes, bloqueos, de soltar el balón y de dar ese pase atrás, donde un lanzador libre esperaba para esos triples que valen por dos.

Finalmente, el reloj marcó el inicio de la hora de la verdad. Saltaron al escenario, a los 20 metros cuadrados, al cuadrilátero de la muerte. Dos gigantes: el coloso azul y el tren rojo. La concentración era palpable en las miradas y en los rostros de cada jugador de ambos equipos. Esto se iba a decidir en menos de lo que canta un gallo. El árbitro y el electrónico dieron la señal de partida.

Arrancó la final y un desenlace estaba por escribirse. Era el duelo esperado, digno de una final. Primer ataque azul, bloqueo rojo; respuesta de los rojos, y el azul se planta firme. La final se arma. Es una disputa del balón, del centímetro cuadrado que menciona Al Pacino.

Quien golpea primero no siempre gana, pero sí muestra sus claras intenciones, y así lo escriben los de rojo en un inicio propio de una final de Copa del Mundo. Los de azul, como el gran coloso y victorioso de la batalla de semifinales, devuelven el golpe. Empate en el marcador, y aquí no hay tregua; es una batalla de poder a poder.

 

Un duelo igualado, a dos puntos, a tres, a cuatro. La victoria está en hacerse con el centímetro cuadrado, ganar cada espacio y ser certeros y astutos a la vez para sumar cada punto en juego.

Ambos son virtuosos, pero los de la UPC muestran ese gen ganador, esa velocidad de crucero que exhibieron al pasar por Moquegua para plantarse en la final. Con puntos estratégicos y cosechando faltas y puntos dobles, los rojos logran ponerse 10 a 5. Pero nada está dicho; esta es una final, una finalísima.

El coloso azul de la USIL se sacude, pisa firme y muestra también de qué están hechos. Punto a punto, recortan distancias, mientras el júbilo, la alegría y la emoción se conjugan en los afortunados espectadores de esta película de taquilla. Los de azul responden y logran ponerse 9 a 10. Otro golpe e igualan a 10. Dije que era una final.

No hay tiempo para ponerse nervioso. Son veloces y los de rojo vuelven a golpear con canasta. 11 a 10; la tensión y el disfrute están en un punto álgido. Comento con mi amigo que este es el momento clave. Es el instante en que el coloso puede aprovechar para golpear y voltear la final, o es el momento de una genialidad.

Olvidé mencionar que son unos genios, los de rojo. De ellos, el que lleva el 11 en la espalda recibe un balón lejos de la zona y lanza un triple de esos que valen dobles, que esta vez valió triple. No porque logró encestar, sino por el golpe en la mesa en el momento crucial.

Ese zarpazo significó el 13 a 10, centímetros ganados. Mejor dicho, metros ganados en el cuadrilátero de la muerte. Aunque el marcador aún se movería, un nuevo golpe de los rojos los llevó a 14 a 15. Los de azul son valientes, por eso son el coloso; recortan distancias y se ponen 11, 12, luego 13. Pero los de rojo, la UPC, ya dieron el golpe y uno más: 16.

Una gran batalla termina, el guion ya está escrito. Los de rojo tocan la gloria. Son quienes pasaron por tierras moqueguanas para plantarse en la final ante el coloso victorioso de la batalla de semifinales. Son el trabajo en equipo, la disciplina, el diálogo. Son el más veloz, el tren rojo.

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